viernes, 8 de enero de 2016

LA EXCLUSION



Una persona puede ser rechazada por un individuo o por un grupo de personas. El rechazo puede ser activo, mediante el bullying, o pasivo, ignorando a la persona.
El rechazo puede convertirse en un problema cuando es prolongado o consistente, cuando la relación es importante o cuando el individuo es muy sensible al rechazo. Que a alguien le suceda esto es doloroso desde un punto de vista emocional a causa de la naturaleza social de los seres humanos y nuestra necesidad básica de ser aceptados en los grupos.
El ser humano nace vulnerable, por ende, necesita de un adulto que lo cuide. Esta función generalmente la cumplen los padres. Esa dependencia es una de las simientes que diseña la necesidad de armar y formar parte de grupos (sean familiares, sociales, laborales) y la razón de por qué ser excluido siempre resulta un proceso doloroso.
El dolor físico (producido por cualquier factor) y el dolor anímico (que se sufre por ser ignorado o rechazado en un vínculo humano) comparten las mismas vías neuronales. Pero hay una diferencia: se puede recordar un hecho físico concreto que produjo dolor, pero el recuerdo no hace revivir el dolor; cada vez que se evoca la situación de exclusión se recuerda el hecho, el dolor revive y se siente como si estuviera ocurriendo en ese momento.
Aquel que no logra olvidar o superar el rechazo sufrido puede vivir una larga tortura.
La angustia que recibe el ser humano se traduce en angustia, depresión, desvalorización, obsesiones, celos. Ser querido o aceptado es un elemento clave para la autoestima personal, porque el rechazo y sus consecuencias psicológicas tienden a permanecer de manera prolongada o permanente en el tiempo. Es por esto que un niño rechazado por sus pares en un colegio y a quien se lo cambia a otro suele arrastrar sus consecuencias y debe ser tratado. Lo mismo sucede con los adultos porque la memoria es excelente para los rechazos.
Ser rechazado suele afectar mucho si es una situación sentimental, ya que la respuesta cerebral y hormonal determina reacciones depresivas (tristeza, llanto, frustración, angustia, desinterés) o agresivas (ira intensa, violencia, destrucción) con consecuencias de riesgo y de enfermedades.
Una palabra, un gesto, una mirada y un golpe duelen. Afectan de manera significativa a la persona, y mas si sucede durante la infancia. Se suponen que los adultos y el colegio como institución deben cuidar a los chicos, pero a veces no lo hacen. Lo peor es que te marcan de por vida.
Esta situación afecta a todos. La capacidad de recuperación dependerá del tipo de personalidad, ya que quien tiene una autoestima más sólida es extrovertido y logra un mayor apoyo de otros. También se recupera más rápido y con menos secuelas negativas.