miércoles, 8 de abril de 2015

GENOCIDIO



Fragmento de otro texto escrito por mí, en conmemoración a los sobrevivientes:
“Allí estaba ella, Siranoush Gazarian, cociendo en su pequeño taller iluminado por los rayos del sol. Al fondo de la casa las alfombras en telar para Kalpakian. Sus manos hablaban por ella. La rapidez y la flaccidez de sus dedos para hacerlas eran únicas.
Aquella mujer de tez blanca, baja estatura y ojos claros, se había casado por obligación a los 15 años con Kevork Samouelian, en su pueblo natal Bouldur, para poder escapar del genocidio armenio perpetrado por los turcos entre 1915 y 1923. Su nacimiento se produjo en pleno auge del genocidio: 11 de febrero de 1915. Su llegada causó una inmensa alegría en medio de tanta tortura, dolor y masacre.
Casi toda Armenia fue despoblada. El Imperio Otomano organizó y perpetró el primer genocidio del Siglo XX contra un pueblo entero, el armenio. Casi dos millones de personas fueron las víctimas: torturadas – antes de ser asesinadas, violadas – antes de ser crucificadas, humilladas – antes de ser matadas. La gente indefensa caía de hambre y de sed. En todos los sitios había una horrible masacre, un verdadero infierno. La sangre armenia se derramaba en sus casas, en sus jardines, dentro de sus pueblos, fuera de las ciudades, en los campos y en las montañas. El motivo principal de la aniquilación del pueblo fue porque ellos eran… armenios. Una nación que siglos antes de ser la primera en el mundo que adoptó el cristianismo como su religión oficial, era un país con sus fuerzas y potencias, y una riquísima historia.
Perdieron mucho pero allí estaban… En su cuna histórica… Hasta 1915, cuando llegaron los antepasados de los turcos, empezando las horribles matanzas… “.
Pero ellos pudieron escaparse y sobrevivieron como pudieron, llegaron a las Argentina sin saber a donde iban con una mano atrás y otra adelante. Tres hijos, entre ellos la única mujer, mi madre.
Ya 100 años de todo aquello. Y los armenios seguimos presentes. Las atrocidades contadas por mi abuela, para ella no tienen consuelo y para mi significan la lucha, el NO ME OLVIDES y el reconocimiento por parte de los turcos. Para ellos fue y es una guerra, cosa que no fue así: es el Primer Genocidio Armenio del siglo XX en donde murieron 1.500.000 de armenios. Por ellos sigo las tradiciones y costumbres armenias: hablar en nuestro propio idioma, escuchar la música y bailarla, y comer nuestras comidas, con algunas de ellas.
El tiempo pasa y se van mezclando el llanto, la venganza, los dolores, la lucha, la resistencia, la supervivencia, los recuerdos y la impotencia.
Todavía recuerdo cuando viajé a Armenia. Es un país muy bello en el que abundan la buena gente, la solidaridad, la amabilidad, el ser servicial, los paisajes, las construcciones arquitectónicas, el monumento a los perdidos durante el genocidio, escalar el Arakatz, ver el Ararat y las Iglesias. En la Iglesia Etchmiadzín hice un “click”: lloré de alegría, de emoción, del dolor de nuestra lucha, el recuerdo de mis antepasados; fue una mezcla de sensaciones y emociones. Creo que aquí entendí lo que es pertenecer a este pueblo y a esta cultura.
Ser armenia es un orgullo. Me educaron y criaron con costumbres y tradiciones armenias: la danza, la lengua, la música, las comidas y sus condimentos, entre otros. Soy nieta de abuelos que escaparon a la tragedia y en honor a ellos voy a luchar y honrar mi sangre.

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