Fragmento
de otro texto escrito por mí, en conmemoración a los sobrevivientes:
“Allí
estaba ella, Siranoush Gazarian, cociendo en su pequeño taller iluminado por
los rayos del sol. Al fondo de la casa las alfombras en telar para Kalpakian.
Sus manos hablaban por ella. La rapidez y la flaccidez de sus dedos para
hacerlas eran únicas.
Aquella
mujer de tez blanca, baja estatura y ojos claros, se había casado por
obligación a los 15 años con Kevork Samouelian, en su pueblo natal Bouldur,
para poder escapar del genocidio armenio perpetrado por los turcos entre 1915 y
1923. Su nacimiento se produjo en pleno auge del genocidio: 11 de febrero de
1915. Su llegada causó una inmensa alegría en medio de tanta tortura, dolor y
masacre.
Casi toda
Armenia fue despoblada. El Imperio Otomano organizó y perpetró el primer
genocidio del Siglo XX contra un pueblo entero, el armenio. Casi dos
millones de personas fueron las víctimas: torturadas – antes de ser asesinadas,
violadas – antes de ser crucificadas, humilladas – antes de ser matadas. La
gente indefensa caía de hambre y de sed. En todos los sitios había una horrible
masacre, un verdadero infierno. La sangre armenia se derramaba en sus casas, en
sus jardines, dentro de sus pueblos, fuera de las ciudades, en los campos y en
las montañas. El motivo principal de la aniquilación del pueblo fue porque
ellos eran… armenios. Una nación que siglos antes de ser la primera en el mundo
que adoptó el cristianismo como su religión oficial, era un país con sus
fuerzas y potencias, y una riquísima historia.
Perdieron mucho pero allí estaban… En su cuna histórica…
Hasta 1915, cuando llegaron los antepasados de los turcos, empezando
las horribles matanzas… “.
Pero ellos
pudieron escaparse y sobrevivieron como pudieron, llegaron a las Argentina sin
saber a donde iban con una mano atrás y otra adelante. Tres hijos, entre ellos
la única mujer, mi madre.
Ya 100 años
de todo aquello. Y los armenios seguimos presentes. Las atrocidades contadas
por mi abuela, para ella no tienen consuelo y para mi significan la lucha, el
NO ME OLVIDES y el reconocimiento por parte de los turcos. Para ellos fue y es
una guerra, cosa que no fue así: es el Primer Genocidio Armenio del siglo XX en
donde murieron 1.500.000 de armenios. Por ellos sigo las tradiciones y
costumbres armenias: hablar en nuestro propio idioma, escuchar la música y
bailarla, y comer nuestras comidas, con algunas de ellas.
El tiempo
pasa y se van mezclando el llanto, la venganza, los dolores, la lucha, la
resistencia, la supervivencia, los recuerdos y la impotencia.
Todavía
recuerdo cuando viajé a Armenia. Es un país muy bello en el que abundan la
buena gente, la solidaridad, la amabilidad, el ser servicial, los paisajes, las
construcciones arquitectónicas, el monumento a los perdidos durante el
genocidio, escalar el Arakatz, ver el Ararat y las Iglesias. En la Iglesia Etchmiadzín
hice un “click”: lloré de alegría, de emoción, del dolor de nuestra lucha, el
recuerdo de mis antepasados; fue una mezcla de sensaciones y emociones. Creo
que aquí entendí lo que es pertenecer a este pueblo y a esta cultura.
Ser armenia
es un orgullo. Me educaron y criaron con costumbres y tradiciones armenias: la
danza, la lengua, la música, las comidas y sus condimentos, entre otros. Soy
nieta de abuelos que escaparon a la tragedia y en honor a ellos voy a luchar y
honrar mi sangre.
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