viernes, 29 de abril de 2011

LAS MIL Y UNAS NOCHES

Alli estaba ella, Siranoush Gazarian, cociendo en su pequeño taller iluminado por los rayos del sol. Al fondo de la casa las alfombras en telar para Kalpakian. Sus manos hablaban por ella. La rapidez y la flaccidez de sus dedos para hacerlas eran únicas.
Aquella mujer de tez blanca, baja estatura y ojos claros, se había casado por obligación a los 15 años con Kevork Samouelian, en su pueblo natal Bouldur, para poder escapar del genocidio armenio perpetrado por los turcos enrte 1915 y 1923. Su nacimiento se produjo en pleno auge del genocidio: 11 de febrero de 1915. Su llegada causó una inmensa alegria en medio de tanta tortura, dolor y masacre.
Casi toda Armenia fue despoblada. El Imperio Otomano organizó y perpetró el primer genocidio del Siglo XX contra un pueblo entero, el armenio. Casi dos millones de personas fueron las víctimas: torturadas – antes de ser asesinadas, violadas – antes de ser crucificadas, humilladas – antes de ser matadas. La gente indefensa caía de hambre y de sed. En todos los sitios habia una horrible masacre, un verdadero infierno. La sangre armenia se derramaba en sus casas, en sus jardines, dentro de sus pueblos, fuera de las ciudades, en los campos y en las montañas. El motivo principal de la aniquilación del pueblo fue porque ellos eran… armenios. Una nación que siglos antes de ser la primera en el mundo que adoptó el cristianismo como su religión oficial, era un país con sus fuerzas y potencias, y una riquísima historia.
Perdieron mucho pero allí estaban… En su cuna histórica… Hasta 1915, cuando llegaron los antepasados de los turcos, empezando las horribles matanzas.
El año bisagra de 1915 ocultó las puertas del pasado y cortó la continuidad. Siranoush y Kevork embarcaron sin rumbo alguno y llegaron a Grecia, donde meses más tarde nació su primer hijo: Manouk. Entonces volvieron a emirgar con sus pocas ropas y sin conocer otro idioma más que el natal. Llegaron a la Argentina, instalandose en el barrio de Palermo. A los 20 años ella comienza con las alfombras. Tenía un cuarto donde estaba el telar y su silla y asi tejia; de fondo se escuchaba la musica armenia.
Años mas tarde se mudan al barrio de Soldati, construyendo poco a poco su casa y esperando el nacimiento de Samuel, su segundo hijo. Su vida ya no transcurria en estar tantas horas frente al telar, sino que ahora dividía su tiempo en atender el local de compostura de calzado, criar a sus hijos, hacer los quehaceres de la casa con sus polleras largas variando todos los dias las camisas y los zapatos, y si algun dia tenía un poco de tiempo libre, preparaba las alfombras.
Su gran placer era cocinar: aquellos aromas, condimentos, y los platos tipicos armenios eran infaltables: los dulces, las ensaladas no faltaban los fines de semana. Los aros eran parte de su identidad; no salia a la calle sin ellos, aquellas calles de barro que costaba transitar.
Su casa estaba siempre rodeada de hombres que trabajaban en el taller, de alguna otra vecina que pasaba a saludar y de algun cliente que algo venia a arreglar.
Después de muchos años el destino le deparó otra gran alegria con el nacimiento de Rosa.
Aquella mujer servicial, sociable y alegre, la que pasaba la mayor parte del tiempo cantando y riendo, años mas tarde tomó la decisión de dejar de trabajar para Kalpakian, para dedicarse a tiempo completo a la familia. Su hija, queriendo seguir sus pasos, aprendió a bordar y a tejer a dos agujas y yo, queriendo seguir los suyos, suelo salir volando con la imaginación en la alfombra de casa hecha con sus manos tan pequeñas aprendiendo el arte de tejer.

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